El acto que genera el tocar el timbre de una escuela anunciando la salida, es todo un proceso que si bien es cotidiano, pasa desapercibido.
Para describir tal fenómeno encuentro adecuado dividirlo para su análisis en tres partes: los padres, los hijos y el espacio.
En un día lluvioso, los padres aguardan a sus hijos ansiosos. Todos, o la mayoría, llevan chamarras y paraguas para sus hijos. algunos están 15 minutos antes de que sus hijos salgan. Otros más llegan corriendo ante sus hijos que ya los esperan sentados. Algunos padres esperan la salida de su hijo justo en frente a la puerta de la escuela, o aun costado, como no queriendo descuidarlo ni un solo metro. otros más, quienes quizá tengan la facilidad de engentarse, los esperan en la esquina para ebadir el tumulto, o en algún punto clave desde donde puedan observar a sus hijos, y éstos caminen hacia su padre. Algunos otros padres, un tanto más despreocupados, aguardan a sus hijos en sus coches, en donde se resguardan del frio y de la lluvia. Los padres muestran siempre actitudes especiales. Hay aquellos que cada día preguntan a la maestra sobre el rendimiento de sus hijos. los hay quienes van en pareja y quienes van solos. Hay quienes besan y cargan a sus hijos y aquellos que se limitan a darse la vuelta y esperar que éste les siga. Lo cierto, es que todos ansían el momento de la salida de sus hijos, y el acto se convierte en una casería, en donde los ojos saltan y los ánimos se tensan para ver quien logra salir primero de su labor.
Por otro lado, los niños, brincan sobre los charcos y juegan e el agua mientras los padres, aterrorizados, intentan prevenirlos de la lluvia. Algunos muy serios llegan a sus padres. Algunos con saludo de beso y otros solo un gento. Algunos platican demasiado y otros suelen fingir seriedad. Todos juegan, siempre, deuna u otra manera. Uno de ellos me ha quitado del lugar en que estoy sentado por interrumpir su “carretera” al jugar con su coche. Todos quieren dulces, o juguetes, o chicles con premio, barajas, churritos y más. Todos piden, pero solo pocos son los afortunados. Algunos niños platican con sus amigos o juegan con ellos, otros desaparecen de su espacio al ver a sus padres. Lo cierto, también, esque todos cargan una mochila gigante, que por su cuerpo inclinado da la sensación de pesar tres veces más que cualquier mochila de universitario. Los niños tienen una magia increíble. Nada les preocupa tanto como para lograr romper su estado feliz.
El espacio. Un caos. Tráfico vial horrendo y ni un solo agente de tráfico. Los padres esperando se han convertido ahora en una masa de sombrillas que permean la visión exterior. Todo es un núcleo de asombrillados en espera de su presa. A decir verdad, quienes esperan a las “presas” son los vendedores ambulantes, quienes hacen su domingo cada día en la salida de niños hambrientos o antojadisos. La mestra en la puerta de la escuela debería cuidar la entrada y salida, pero se limita a responder las preguntas de los padres que aguardan en fila una entrevista. -Paraeso son las cartulinas pegadas en la pared llenas de anuncios- debe de pensar la maestra. Los charcos reflejan dos cosas: a los padres que los evitan y cuidan de no mojarse y a sus hijos brincando encima de ellos y divirtiendose.
En un instante casi desapercibido todos los padres se han ido. En diferentes direcciones y distintos medios, pero al fín la escuela ha quedado libre como hace 20 minutos, la mestra se siente liberada. Los vendedores, sonrientes en mayoría, se retiran satisfechos, seguramente no han visto la basura que han causado. El ruido y caos de las 12:30 ha desaparecido.
Narración de la salida de una escuela en el Dique.
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